Cogerán del fango cada uno de los trozos del espejo maldito donde está prisionera tu amada y te lo dejarán en tus manos cóncavas cuando estés en la orilla del río Cinquēta para que los juntes y reconstruyas el espejo.
Cada parte que unas correctamente se irá fundiendo por si sola con la otra conforme las vayas juntando de forma correcta.
Blas se estremeció. Retrocedió sorprendido por aquellas hermosas palabras salidas de un sueño largamente esperado.
- Quién eres para hablar así con tanta certeza? - preguntó.
- Eso no tiene importancia. Mañana irás al mismo sitio del desfiladero junto al río, posarás tus rodillas sobre el mismo musgo donde se arrodilló Puya para refrescarse, y pondrás tus manos juntas cóncavas.
Los peces que estoy devolviendo al río pondrán en tus manos trozo a trozo las partes del espejo que irás reconstruyendo pieza por pieza y se fundirán con su parte correspondiente cada vez que aciertes.
Una vez hallas juntado todas las piezas asómate al espejo, contempla y admira tu imagen, el hechizo se romperá y recuperarás a tu amada princesa princesa Puya.
El incrédulo Blas sufría mucho por Puya y las palabras de Lug Albert rompieron el gran pesar acumulado durante cincuenta años. El niño, que no dejaba de reír, puso su mano sobre la mano de Blas y le dijo:
- Mira!. Voy a pillar un pescado enorme!.
Blas se asomó al río y no vio nada. Miró al niño riéndose a carcajadas y pensó que se estaba burlando de él. De repente un gran pez saltó desde el río y cayó encima del niño tirándolo al suelo, y de tan grande que era, no podía salir de debajo, y lo socorrió Blas.
Sorprendido por el enorme pez, no daba crédito a lo que veía. Se reía contagiado por la risa del niño, golpeándose la cabeza para comprobar si estaba dormido o despierto.
Sacó al niño de debajo de aquel enorme pez y entre los dos lo arrastraron y lo devolvieron al río por encima del puente de piedra. El pez jugueteó un rato en el agua hasta que desapareció en los lodos.
Blas se arrodilló a los pies del niño temblando pero Lug Albert se separó de él con rapidez. Sacó una honda, colocó una piedra, voleó la honda en el aire y lanzó la piedra contra la cabeza de Blas que permanecía aún arrodillado.
Le salió un chichón enorme bien gordo que lo enfureció. Salió corriendo detrás del niño pero corría tan veloz que resultó inalcanzable. Terminó perdiéndolo en el bosque que devolvía el eco de su risa.
Blas, que no paraba de reír también, se tocó el enorme chichón y se quejó con verdadero dolor. Riéndose se sintió cansado y optó por volver a su casa sin poder borrar la sonrisa de su rostro.
Aún oyó a lo lejos la risa socarrona de Lug Albert. El niño entre risa y risa, dejaba oír "Mañana" una y otra vez hasta que se calló.
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