En ese momento tomó la decisión de volver a Chistén a la mañana siguiente a pesar del estado débil de su amada hija.
Abandonaban la casa de Blas dejando las nuevas construcciones a las que ellos sabrían dar uso.
Puya había estado hablando a escondidas con Blas y le había prometido que volverían a verse y estarían en contacto a través de sus heraldos de confianza.
Se habían besado y ella se dispuso a volver a Chistén echada en una carreta acomodada con innumerables alpacas extendidas para que no sufriese los golpes de las piedras.
La caravana se movía despacio y cuando llegaron al desfiladero del Cinquēta la comitiva hizo una pausa y la princesa bajó para refrescar su rostro con agua del río.
Rechazó el agua servida por sus sirvientes y se acercó a la orilla a recogerla ella misma para refrescarse con sus propias manos.
Se arrodilló sobre el musgo y observó su rostro reflejado en la corriente, recogió varias veces con sus manos cóncavas el agua fresca que le hizo sentirse viva.
Llenaba sus manos cóncavas de agua una y otra vez divertida hasta que vio una imagen en el río que no era la suya, una mujer extraña que le ofreció admirar su belleza en un espejo.
Puya, avivada por el frescor del agua en su rostro o por los efectos turbadores de la fiebre que aún bullía en su cuerpo, se dejó hipnotizar por aquellas palabras, cogió el espejo que la extraña le ofreció y lo abrió para admirar su belleza.
Los soldados y el rey Moreras estaban junto a ella relajados cuando en un abrir y cerrar de ojos la vieron abrir aquel espejo, admirarse por un momento y ser absorbida por su propia imagen reflejada.
El espejo cayó al río sobre una roca y se hizo añicos con la princesa dentro. Los cristales fueron arrastrados y esparcidos por la corriente del Cinquēta.
Los soldados y el rey intentaron coger algún trozo con la posibilidad de salvar a Puya, pero la fuerza de la corriente los enterró en el lodo del río escondiéndolo en su lecho.
Entonces se oyó un espeluznante alarido que salía del río y la risa infernal de la diosa Ataecina jactándose por haber cumplido su parte en la trama de Petris contra Alvira.
Desde aquel día aquellos que se acercan a la orilla del río Cinquēta oyen el llanto de la princesa atrapada en trozos en los trozos del espejo ocultas en el lecho del río.
El llanto de Puya se extendió desde el río hasta la bahía. En el mar Intermedio las olas retrocederían alejándose de la costa.
Tritón tocaba su caracola y las aguas cada día estaban más y más lejos. El sonido de trompeta de la caracola de Tritón se estuvo escuchando durante mucho tiempo hasta que el puerto de Sanchuán dejó de ser puerto hasta quedar colgado de una colina donde antes llegaba el mar.
La caracola terrible de Tritón dejó de oírse un día, pero el movimiento de las montañas cerrándose en torno al reino poco a poco duró un montón de años.
El río Cinquēta que antes desembocaba en el mar Intermedio, desvió su curso hacia el oeste más abajo y donde antes había una hermosa bahía, fue ocupada por una cadena montañosa que fue creciendo cada vez más alta hasta que tapó el Sol del mediodía.
En una década el mar había retrocedido doscientos kilómetros. Estaba tan lejos que ni subiendo a los cerros se veía.
Aquellos que fueron pescadores, se convirtieron en ganaderos o agricultores, sin más opción puesto que no podían salir del valle.
Habían quedado encerrados para siempre en un anillo de montañas con muros tan altos que sufrían vértigos, pura fobia convertida en enfermedad.
El desfiladero de Sarabiyo se había cerrado por completo y los continuos desprendimientos impedían el tránsito.
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