Puya cabalgaba envuelta en su poncho con la amplia capa extendida sobre el lomo del caballo. Bajaba raudo de la montaña de Chistén ávida de encontrarse con su amado Blas para cobijarse con él en el estrecho refugio de las bordas.
Cruzaba al otro lado del río por el puente de piedra cuando le dió un mareo y cayó al suelo sintiendo que le faltaba el aire.
Ella no la podía ver pero su madre había cogido su corazón y lo estrujaba con sus manos a placer. Incluso penetraba en su cuerpo intentando ahogar su alma.
Puya sufría alucinaciones. Petris caminaba por los salones de su espíritu torturándola. Le provocaba dolores terribles a su hija hablándole del malestar que ella sentía por enamorarse de un mediocre mortal sin hacienda, porque toda hacienda del valle pertenecía al rey Moreras, dueño y señor de Blas.
- Las diosas somos dueñas de los espíritus y de su devenir - decía mientras le estrujaba a su antojo el corazón con las manos.
Puya no podía hablar pero oía su voz en su interior. Petris le recriminaba que hubiese copiado su cuerpo y su belleza una simple mortal como ella. Ninguna humana dispone de su libre albedrío si una diosa no lo quiere.
Mientras la escuchaba, Puya experimentaba una experiencia cercana a la muerte. Revivía toda su vida desde niña cuando fue abandonada por su madre.
Pareció que el dolor la llevaba a otro mundo, se sintió fuera de su cuerpo, viviendo momentos memorables de toda su vida.
Vió que moría, y que tras su muerte, Chistén pasó penurias durante siglos.
De repente Petris Andera se esfumó. Se fue. Regresó a su limbo de diosa. Y Puya volvió a abrir los ojos y a ver la luz del día.
Blas, que iba a su encuentro la vio en el suelo y corrió hacia ella. Puya lo abrazó muy fuerte.
Él la cogió en brazos y la aupó a su caballo, agarró las riendas y caminando despacio subió por el agreste camino hacia las bordas.
Pero a Puya le entró fiebres y locuras y la llevó a su casa de Planchistau con sus padres rápidamente.
Después fue veloz a Chistén y pidió urgente audiencia con el rey Moreras por el grave hechizo en el que se encontraba la princesa.
Moreras, enfurecido por ser molestado, escuchó sobre el supuesto hechizo de la princesa Puya. Saltó de su pedestal y reclamó druidas de inmediato.
Cuando llegaron a la casa de la familia de Blas, todos los allí presentes salieron para dejar sitio al rey y a los druidas.
Los druidas observaron largo tiempo a Puya y pidieron al rey que saliese porque las mujeres la iban a desnudar.
Cuando la desnudaron se llevaron una desagradable sorpresa. Tenía todo su cuerpo completamente lleno de palabras escritas sobre su piel, en un idioma ancestral tan primitivo como la Tierra y las estrellas.
El rey Moreras, oyendo el murmullo clamoroso dentro de la vivienda, no pudo resistir su desesperación y entró para descubrir a su hija totalmente desnuda llena de símbolos incomprensibles por todo el cuerpo.
Los druidas y las mujeres bajaron la mirada en señal de respeto por el rey sintiendo profundamente que Puya hubiese sido poseída por la voluntad de una diosa.
Moreras se arrodilló junto al lecho de Puya. La tapó y lloró como hacía décadas que no lloraba.
Cuando se recuperó se secó las lágrimas. Mirando el lecho donde yacía enferma su amada hija, preguntó a los druidas "qué se podía hacer y quién le había hecho eso?." Los druidas fueron contundentes, casi al unísono salió el nombre Petris Andera.
Entonces el rostro del rey Moreras empezó a inflarse por la ira. La fiera le salió de muy dentro. Los druidas y pobladores abrieron espacio en su inmediato alrededor, temblaron en el resurgir del gran guerrero despiadado capaz de abatir un ejercicio de cien hombres él sólo.
Moreras salió a la claridad de la noche y gritó a las estrellas del cielo "Dónde estás, Petris Andera?. Sal de tu limbo que te vea y te pueda coger. Mis manos te harán pedazos. Tu cuerpo será una barra de pan que destroce a placer para echarla a los cerdos. Dónde estás, Petris Andera?. Sal que te vea mala madre!..."
Gritando a la diosa Petris Andera estuvo el rey Moreras durante horas hasta el amanecer. Petris Andera se reía satisfecha de su viejo amante bebiendo una deliciosa jarra de vino.
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