6. Los hogares de Planchistau y Sanchuán 6. La princesa de Chistén
El único objetivo de las construcciones
eran proteger las materias primas, los rebaños y las personas todos en uno, sin importar la delicadeza del edificio sino su robustez sin filtraciones exteriores.
Aquello eran hogares para la población dedicada a las tareas de labranza, ganadería y mozos de las dársenas del puerto.
Algunas construcciones eran básicamente de madera, sobretodo los que vivían cerca del puerto.
Otras con las paredes de piedra con tejados sostenidos por grandes vigas de madera, una base de enormes troncos que cruzaban la altura del techo de los hogares para construir despensas en altura.
El valle era riquísimo, pero no eran ricos los labriegos ni los ganaderos, sino el reino en sí, que a la gente no le faltaba de nada.
Quienes trabajaban el campo y la ganadería eran gente humilde a la que tampoco les faltaba de nada.
Vivían una vida ocupada lejos de la Villa de Chistén a cinco o seis kilómetros de los asuntos de Estado.
Sus quehaceres diarios se reducían a producir, recolectar y disfrutar de sus fiestas nocturnas en honor a Noctiluca, diosa de la luz de luna, a la que todos rendían culto en las noches de luna llena con danzas que se prolongaban hasta el amanecer.
Mientras, la princesa Puya tratada ahora como una adulta, usaba a sus heraldos de confianza para intercambiar mensajes y concertar encuentros con Blas.
Acudía a las citas en aquel pequeño puente de piedra cabalgando en un caballo oscuro y veloz.
Extendía su capa a modo de poncho que le cubría el rostro para protegerse de las miradas al cruzarse con otras personas.
El puente de piedra era realmente un lugar solitario donde la gente ocupada no iba nunca.
Hasta allí llegaban las mareas altas del mar Intermedio cubriendo las sombras del extenso e impenetrable bosque entrando por ambas márgenes del profundo y caudaloso río que encajonado entre paredes rocosas parecía siempre enfadado.
Agarrados de la mano, subían por una empinada senda de media montaña hasta un pequeño claro del bosque donde Blas tenía una borda, un refugio de pastor ganadero que habían acomodado para ocultarse de las miradas imprevistas.
La familia de Blas llevaba generaciones de cría de ganado y recolecta de cereales al servicio de los reyes de Chistén.
Criaban todo tipo de animales, y además comerciaban con las naves de otros reinos cuando atracaban al puerto.
Intercambiaban excedentes para conseguir otros tipos de mercaderías que no existían en Chistau. Creaban riqueza al reino comerciando con otros países. Y toda esa riqueza iba a parar a las despensas del reino de Chistén.
Puya estaba muy enamorada de Blas. Admiraba su bello rostro, sus ojos castaños claros, su cuerpo delgado y altivo, su nariz de pájaro carpintero, sus labios que la hacían soñar despierta.
De ella, decían los chistabinos, tenía el porte de Petris Andera, la diosa regente de la Tierra, su madre, de un cabello castaño muy claro y del mismo color los ojos.
Los chistabinos la criaron con esa historia porque nunca conoció a su madre, y su padre jamás le habló de ella.
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